El judaísmo profanado: el relato

Facundo Milman
4 min readSep 26, 2020

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“¿Qué pienso cuando uno, judío que no habla el idish ni lo escribe, aunque lo comprende, sin embargo siente que fue desde ese dialecto cómo penetró en la lengua en la que nos expresamos, en este caso, el castellano?”.

León Rozitchner.

Pienso, a veces, que tengo que revisar algunos artículos, algunos textos y algunos libros. Lo vuelvo a pensar y vuelve como represión. ¿Qué pasa con esos textos? ¿Cómo los volvemos a leer? ¿Qué preguntas nos arrojan? ¿Qué hay en esas nuevas lecturas? Pienso, por ejemplo, en el libro “Aquí América latina” de Josefina Ludmer leído y caracterizado, por lo general, como lo que ha suscitado: el debate en torno a las literaturas autónomas y/o las literaturas posautónomas. Pero vamos al hueso: pienso, precisamente, en una pregunta que hace Ludmer que considero central: “¿Es lo judío la particularidad de la Argentina en América latina?”.

Entonces retomando esta pregunta: ¿cómo vamos a leer lo judío en la literatura? Ya creo que eso que postulaba Ludmer quedó caduco. Lo judío, y podemos intentar definir qué es, es un particular, pero ya no de la Argentina en América latino, sino -por el contrario- universal. En otras palabras: lo judío es una particularidad de la literatura universal. Ya no forma parte esencial de Argentina de América latina, sino forma parte del mundo o, mayor aún, del alma (neshamá).

Intentemos definir lo judío: no es sólo una religión, sino también es una ética, una moral, una manera de actuar, una política, una sociedad y, por sobre todas las cosas, lo judío es una forma de vivir. Si algo podemos extraer desde los inicios de los tiempos es que lo judío, los judaísmos y las judeidades viven en el espíritu (ruaj) de la sangre: los judíos hemos pagado un precio para acceder a la eternidad, es decir, pagamos un pasaje que es deambular a través del tiempo. No nos podemos integrar al tiempo, no nos podemos aferrar a la historia y abrimos temporalidades alternativas: lo judío es, en lo fundamental, una llegada y una puerta que se abre para nunca cerrarse. Somos lo que somos, no únicamente por esa puerta que siempre se está abriendo, sino también por nuestra forma de relacionarnos con el mundo: nuestra memoria -acaso estamos obligados a rememorar-, nuestros recuerdos y nuestros olvidos. Somos la forma hagádica: somos el relato.

Pienso, a veces, eso: somos el relato. Somos hablados. Somos contados. Somos relatados. El relato, quizás, sigue siendo la forma secularizada de la Hagadá y, como sostiene Carlo Ginzburg, la secularización no se opone a a la religión, sino que invade su terreno. Trataron de matarnos, trataron de escindirnos y trataron de desjudaizarnos. Intentos muchos, éxitos ninguno porque la tradición apareció. El espíritu que vive en la sangre, la tradición del judaísmo, se reveló: cuando la asimilación aconteció en Viena, su cumbre a principios del siglo XX, la tradición se recuperó mediante la revolución de los hijos. La tradición, de esta manera, no se continúa, sino siempre se recupera. La tradición no pertenece al orden de lo conservador, sino al orden de la actualidad. La Hagadá secularizada puede ser nuestro relato actual, pero no puedo dejar de mencionarlo: la secularización no borra, no transparenta ni desaparece el contenido teológico de los conceptos divinos. La Hagadá y, más precisamente, el relato retorna como un Mesías olvidado porque la puerta siempre está abierta. También lo puedo pensar con Gershom Scholem y su estudio sobre el movimiento sabbateísta: dado que todos no podemos ser santos, seamos todos pecadores, es decir, la redención a través del pecado. La redención puede estar allí: en el relato o, mejor dicho, en la forma de la cual nunca nos separamos. El espíritu de la sangre vive en nuestro carne, está encarnado, y está esperando su tikun: su arreglo, su recomposición y está emanando su esencia para lograr su nuevo territorio.

Por último. También lo puedo pensar a través del nacimiento de la mística judía, tal como la define Scholem, como la voz de Dios que ya no puede escucharse. No es que Dios desapareció, se fue y nos abandonó: Dios se ocultó, Dios se corrió o Dios se contrajo como indica el tsimtsum de Isaac Luria. Dios, quizás, está esperando que lo busquemos, lo recorramos y lo escuchemos rastreando sus huellas divinas en la mundanidad: re-conociendo, mirando al otro a los ojos para ver la divinidad en la profanidad y dándole la dignidad que nunca debió perder. Es nuestro arreglo: nuestro refinamiento. Pienso que Dios hizo todo esto para que volvamos a la fuente de todo: para volver a relatar la historia, para que se alcen los desposeídos y para construir un mundo más igualitario. Un mundo donde valga la pena vivir que es, ni más ni menos, un mundo redimido.

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Facundo Milman

Actúa de tal manera que los ángeles tengan algo que hacer. (Walter Benjamin).