Y sin embargo, (un capítulo más de) lo judío

Facundo Milman
6 min readOct 9, 2020

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“Spinoza, Heine, Marx, Rosa Luxenburgo, Trotski o Freud. Se les puede situar en una tradición judía. Todos ellos fueron más allá del límite del judaísmo”.

Isaac Deutscher.

El nuevo libro de Alexandra Kohan es un libro sobre lo más incierto que sorprende: el amor. Y sin embargo, el amor (2020) de Kohan es una escritura desbordante y, a la par, prolija. Si bien podemos leer un recorrido amoroso, al mismo tiempo, no hay como tal una definición del amor. Ya nos percatamos del porqué de este sentido desde la introducción que la psicoanalista y docente escribe: “El amor es un acontecimiento en el decir y, a la vez, no hay saber sobre el amor: nadie podría arrogarse saber qué es el amor”.

El primer capítulo del libro de Alexandra Kohan está titulado: “En el inicio fue el amor”. Kohan inicia con una cita de Jacques Lacan donde dice: “Al comienzo de la experiencia analítica, recordémoslo, fue el amor”. La cita de Lacan nos remite, nos direcciona y nos manda directamente al relato bíblico. La Biblia nos dice: “En el comienzo de todo, Dios creó el cielo y la tierra” (Génesis 1:1), pero recordemos que Dios hace con la palabra. Dios es un Nombre: Dios vive en el decir. Y así como Dios vive, crea y se oculta a partir del decir, Alexandra Kohan postula que el amor es “un acontecimiento en el decir”. ¿Qué prueba, qué desafío y qué amor más fuerte que la palabra? Acaso, ¿qué mejor para pensar el amor, que implica un agujero en el saber, que el primer decir? ¿Qué mejor para pensar en amor que el decir divino con el que se hicieron las cosas? ¿Qué mejor para seguir pensando el amor que la inauguración de este primer decir?

El amor es un acontecimiento en el decir. El amor podríamos decir que es un Mesías: el amor viene, retomando a Walter Benjamin, “no sólo como redentor, sino también como vencedor del anticristo”. El amor redime almas, personas y sentimientos. El amor, el gran tema del texto junto al psicoanálisis, que recorre Alexandra Kohan es el mismo amor que es más fuerte que la muerte. El Cantar de los Cantares nos lo dice: “Más fuerte que la muerte es el amor”. El amor es un Mesías que redime y vence a su anticristo, es decir, la muerte. Kohan escribe: “No se puede estar preparado para cuando venga” y está hablando sobre el amor. Parece que también se puede hablar sobre lo mismo en torno al Mesías. Entonces nos preguntamos, ¿se podrá leer al amor como un mesianismo extraviado? Un mesianismo que irrumpe, un mesianismo que arregla y que también salva. Gershom Scholem sostuvo: “El mesianismo judío (…) en sus orígenes y por su naturaleza una teoría de la catástrofe”. El amor, ¿también lo será? El amor, ¿podrá traer la destrucción? Sin embargo, es necesario recordar esas palabras proféticas de Mijaíl Bakunin: “La fuerza de la destrucción es una fuerza creadora”. En tal caso pensemos al amor como una fuerza creadora: una transmutación.

En el transcurso del capítulo, Alexandra Kohan plantea el amor como problema dentro del psicoanálisis y su introducción realizada por Sigmund Freud. Entonces dice Kohan: “(…) no es un problema que esté para ser resuelto, sino para ser planteado, para ser evidenciar su carácter de incomodidad en la medida en que el análisis es un ejercicio erótico (…)”. ¿En qué sentido se conecta el psicoanálisis con el judaísmo? En su ejercicio, en su práctica y en su carácter: en su carácter de incomodidad. Pienso, por caso, lo que dijo Martín Kohan en una entrevista que le realizaron al respecto de su libro Me acuerdo (2020): “Tuve (y tengo) mi profunda crisis con el judaísmo, pero ya sabemos que esa es una manera bastante típica de ser judío. La del judaísmo es una identidad que siento afianzada ante la hostilidad del odio de los antisemitas”. También, pero en otro sentido, se encuentra formulado por Gershom Scholem: “Lo que llamamos ‘existencia judía’ implica una tensión, una incomodidad, que nunca se afloja, que nunca se resuelve”. Entonces, ¿qué factor más judío podemos encontrar en el psicoanálisis al no sucumbir ante las presiones, las crisis y las incomodidades que nos suscita el mundo, sino afirmándonos en nuestras prácticas, en nuestro ser y en nuestro carácter? ¿Qué es lo particular del judaísmo si no es su incomodidad? ¿Qué clase de judaísmo es el que se manifiesta en el psicoanálisis y, sobre todo, en lo expuesto por Freud si no es su incomodidad en la época que transita? En otras palabras, ¿qué es el psicoanálisis si no es una tradición más actual (que nunca) frente a los discursos reaccionarios que él suscita?

Tapa de “Y sin embargo, el amor” de Alexandra Kohan.

Un tiempo descarriado. El psicoanálisis crea un nuevo tiempo: entrar en análisis. Un tiempo que no se adapta a la temporalidad histórica de la productividad capitalista: un tiempo por-fuera-de-la-historia. Alexandra Kohan escribe: “El psicoanálisis es una práctica amorosa/erótica y es justamente el amor el que muestra esa dimensión temporal alterada: no se puede esperar el amor, no se puede pre-venir”. El amor no se puede esperar porque entra por una puerta que sólo él puede abrir: tiene la posibilidad de ingresar en cualquier momento. El amor tendría la misma posibilidad de acontecer en la vida de las personas como el proletariado de ingresar a la historia. En este sentido, Jacques Derrida ha escrito con relación al Manifiesto del Partido Comunista (1848): “Siempre está por venir y se distingue, como la democracia misma, de todo presente vivo como plenitud de la presencia a sí, como totalidad de una presencia efectivamente idéntica a sí misma”. El amor demuestra esa dimensión de la cual habla Kohan: una dimensión que se abre a través de la práctica amorosa del psicoanálisis. La práctica amorosa psicoanalítica inserta su tiempo dentro del otro tiempo: un tiempo alternativo, en palabras de Kohan, un contra-tiempo. El contra-tiempo del psicoanálisis es en presente, el aquí-ahora, que se fundamenta, no en lo efímero opuesto a la larga duración de la Historia, sino por el contrario en la capacidad de engendrar un nuevo tiempo: el tiempo desacelerado de la producción capitalista. Este tiempo, el contra-tiempo, es el tiempo del éxodo que no se une a la historia hasta que llega su propio Mesías: el amor, esto es, su problema. Esperar por el encuentro, por la llegada y la irrupción del amor como un hecho trascendental. Entre la llegada y la irrupción de una herida se cicatriza el tiempo: el tiempo de la errancia.

El lugar del amor no se encuentra en el tiempo y el espacio, pero acontece y se hace en acto. El amor se hace en presente: irrumpe en la realidad. El amor encarna en el intersticio de la realidad. Alexandra Kohan lo expone sustancialmente: “Entre la abundancia y la miseria, entre lo bello y lo feo, entre episteme y amathía, entre saber e ignorancia. No es ni uno ni otro. El amor está entre dos”. El amor irrumpe, el amor encarna y el amor cobra su ruaj. Entre la decepción y la ilusión: el amor irrumpe en el presente porque el amor es en presente. Franz Rosenzweig, el filósofo judeoalemán más importante del siglo XX, lo ha expresado de manera categórica: “El amor, que únicamente conoce el presente, vive el presente, suspira por el presente”. Así ingresa el amor a través del psicoanálisis: en el tiempo, en el presente y en el relato bíblico.

El amor es un acontecimiento en el decir, como dice Alexandra Kohan, aunque quizás ahí está todo (o nada): un límite para seguir transitando por sus orificios, por sus rendijas y por sus agujeros. Pienso que el amor aparece como un pasado que nos empuja hacia adelante, un futuro que llega hacia nosotros, se asienta y nos empuja, de nuevo, hacia atrás para vivirlo en presente.

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Facundo Milman

Actúa de tal manera que los ángeles tengan algo que hacer. (Walter Benjamin).